Ayer celebramos el solsticio de invierno, el día más corto y la noche más larga del año. Este evento marca el inicio del invierno y, simbólicamente, el regreso progresivo de la luz hasta llegar a la primavera. Es un momento perfecto para reflexionar, soltar lo que ya no necesitamos y prepararnos para recibir lo nuevo con intención.
Aunque el solsticio ya pasó, su energía sigue presente. Nos invita a detenernos, a escuchar lo que nuestro cuerpo y corazón necesitan en esta estación. El invierno es una temporada de introspección, de invernar en todos los sentidos, incluso en medio del bullicio y el movimiento que trae la Navidad. Al igual que los árboles que sueltan sus hojas, también podemos aprovechar este momento para dejar ir lo que ya no nos sirve, lo que nos pesa, lo que ocupa espacio innecesario en nuestro interior.
Este acto de soltar abre espacio para algo maravilloso: la gratitud. Cuando dejamos ir, podemos agradecer por las enseñanzas que nos trajo eso que hoy soltamos. Y si aún no hemos descubierto esa enseñanza, podemos sentir gratitud por la semilla que deja para conocerla más adelante. Al soltar, creamos el terreno fértil donde puede florecer este sentimiento transformador. La gratitud no solo llena el vacío que queda al soltar, sino que nos ayuda a reconectar con lo esencial, con lo que verdaderamente nutre nuestra vida. Es un puente entre lo que dejamos atrás y lo que decidimos recibir.
Es importante entender que la gratitud no es solo un pensamiento o una lista de cosas por las que estamos agradecidas. La gratitud, cuando realmente la sentimos, es una experiencia profunda que transforma nuestra vibración, la energía con la que habitamos nuestra vida.
Pensar “estoy agradecida por…” es un buen inicio, pero si ese pensamiento no se convierte en una emoción que recorra tu cuerpo, se queda en la mente. La verdadera gratitud se siente en el cuerpo y cada quien la puede experimentar de una forma diferente. Cuando te permites vivirla de esa manera, algo cambia: tu percepción de las cosas se suaviza, lo que antes parecía pesado o difícil se ve desde un lente diferente. Tu presencia se vuelve más amorosa, auténtica y compasiva, impactando las relaciones y los espacios que habitas. Tu energía se alinea con un estado de abundancia, abriendo puertas a más experiencias que reflejan esa vibración.
Haz la prueba ahora mismo. Haz una pausa, respira, y recuerda un momento reciente que te haya llenado de gratitud. Cierra los ojos y permítete revivirlo: ¿Qué sentiste? ¿Dónde lo sentiste en tu cuerpo? Deja que esa emoción crezca y se expanda. Esta práctica es sencilla pero poderosa, porque la gratitud no es un lugar al que llegas: es un estado que eliges habitar.
Al vivir desde la gratitud podemos recibir esa sabiduría que la naturaleza nos muestra y que a veces olvidamos. En invierno, todo parece detenerse: los árboles sueltan sus hojas, los animales hibernan, y la tierra descansa para regenerarse. Pero nosotras, en esta época, solemos hacer lo contrario: más movimiento, más compromisos, más ruido. El invierno, sin embargo, nos invita a otra cosa. Nos llama a pausar, regresar a nuestro centro, identificar lo que queremos soltar y hasta a darle más descanso a nuestro cuerpo. A sentir plenamente lo que esta época trae, incluso si esto es tristeza por quienes ya no están físicamente con nosotras. A escuchar a quienes amamos, no solo con los oídos, sino con el corazón. A honrar la convivencia como un espacio de conexión auténtica, en lugar de una lista de eventos sociales que agotamos por obligación.
El piloto automático de la temporada nos dice que hay que desvelarse, asistir a reuniones, y cumplir con expectativas externas. Pero… ¿qué pasaría si eligieras diferente este año? Si te detuvieras a preguntarte: ¿Qué de lo que acostumbro hacer realmente quiero hacer? ¿Cómo puedo vivir las fiestas con mayor gracia y autenticidad? ¿Cómo puedo integrar momentos de pausa y cuidado en medio de todo?
Cuando vivimos desde la conciencia, no solo estamos más presentes en diciembre; estamos practicando una forma de vivir para todo el año. Cada decisión, grande o pequeña, se convierte en una oportunidad para alinearnos con nuestra verdad. Elegimos con intención, soltamos lo que no nos sirve, y abrazamos lo que realmente importa.
Si quieres conectar más profundamente con la energía del solsticio, la gratitud y el invierno, te propongo este ejercicio:
Busca un espacio tranquilo donde no te interrumpan.
Cierra los ojos, respira profundamente y lleva tu atención a tu cuerpo.
Recuerda algo por lo que sientas gratitud: un momento, una persona, una oportunidad.
Permite que esa gratitud viaje más allá de tu mente, sintiéndola en tu cuerpo, quizá en tu pecho, en tus manos, en tu respiración.
Desde ese estado, pregúntate: ¿Qué puedo soltar para honrar más quien soy yo y lo que desde lo profundo mi ser anhela?
Es en estos momentos de pausa y conexión donde nacen las decisiones más significativas. Además de que le das un norte, una intención consciente a tu vida. La luz del solsticio ya está regresando, y con ella, una nueva oportunidad de elegir cómo queremos vivir. Que esta temporada te regale más momentos de gratitud, de pausas conscientes y de convivencia auténtica.
¿Qué elegirás diferente este invierno?
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